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ANTÓN P. CHEJOV

—No hay duda que es una obra de arte. Sería lástima tirarla... Pero tampoco es posible conservarla... ¡Hum!... Es un problema... ¿A quién se la regalo?

Después de mucho reflexionar, acordóse de su amigo el abogado Uhof, de quien era deudor por haberle ganado un proceso.

—¡Admirable!—afirmó el doctor—. Como amigo, no querrá cobrarse en metálico y será muy hábil el regalarle esto. Le llevaré ahora mismo esa diablura; es soltero y pícaro...

El doctor vistióse inmediatamente, envolvió el candelabro y dirigióse a la casa de su amigo.

—¡Hola, amigo!—exclamó entrando—. Me alegro de haberte encontrado en casa... Venía a darte las gracias por tu trabajo..., y ya que no quieres recibir honorarios, toma este objeto. Fíjate... ¡Es admirable!...

Uhof quedóse encantado del regalo.

—¡Vaya una alhaja!—dijo riendo—. ¡Qué demonios! ¿Quién habrá inventado esto? ¡Magnífico! ¡Soberbio! ¿Dónde lo has encontrado? Después de haberse extasiado, Uhof miró medrosamente la puerta y pronunció:

—Es admirable; pero llévatelo... No puedo aceptar tu regalo.

—¿Por qué?—dijo asustado el doctor.

—Porque... mi madre viene aquí...; vienen los clientes... y, además, me avergonzaría hasta de los criados...

—¡Ca!... No te atreverás a desairarme—