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HISTORIA DE UNA ANGUILA

—¡Qué modo de juzgar el arte tiene usted, doctor!—replicó Sacha—. Es en alto grado artístico, fíjese solamente. Contiene tanta hermosura, que el alma se eleva a las regiones de la inmortalidad... Contemplando semejante belleza olvida uno todo lo terrestre... ¡Fíjese, fíjese cuánta vida, cuánta expresión!...

—Todo esto lo comprendo divinamente—le interrumpió el doctor—; pero, amigo mío, soy padre de familia; aquí vienen los niños, entran señoras...

—Naturalmente. Para la muchedumbre, esta obra de arte acaso tenga otra significación. Pero usted, doctor, tiene que considerarla por encima del vulgo; además, rehusándonos este presente ofenderá usted a mi mamá y a mí. Soy hijo único de mi madre... Me salvó usted la vida... Le entregamos la cosa más preciosa que tenemos; lo que siente es que nos falte la pareja de este candelabro...

—Gracias, amigo mío; se lo agradezco mucho... Mis expresiones a su mamá; pero, en realidad, póngase en mi situación: los niños juegan aquí, vienen señoras... ¡Pero vamos, déjelo!... Usted no lo comprende...

—¡Muy bien!—exclamó Sacha gozoso—. Ponga el candelabro aquí, al lado de este jarrón. ¡Qué lástima que no tenga pareja! ¡Qué lástima! ¡Adiós, doctor!

Al quedarse solo, el doctor se estuvo largo rato pasándose la mano por la frente y reflexionando.