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HISTORIA DE UNA ANGUILA

pero unos prefieren las morenas, a otros les placen las rubias... Cada hombre tiene su gusto.

—En este concepto tengo que advertirla—dijo Stichkin suspirando—que soy hombre serio y positivo; para mí la hermosura y el exterior son cosas secundarias. Usted misma comprenderá que una cara bonita y una mujer guapa dan mucho que hacer. Yo supongo que en una mujer lo principal no es el exterior, sino las cualidades de su interior, es decir, el alma. Una copita, le ruego... Naturalmente, sería muy agradable tener una mujer regordeta, pero ello no es indispensable para la felicidad conyugal. Lo primero es el talento. O, mejor dicho, ni siquiera el talento, porque con éste una mujer suele darse demasiada importancia y va en pos de muchos ideales. De lo que no se puede prescindir en estos tiempos es de la instrucción. Es muy agradable si la esposa conoce el francés, el alemán; pero aviado estaría uno si ella, con todo su saber, no supiera coser un botón. Yo soy de clase culta. Con el príncipe Canitelen hablo como ahora con usted, con toda confianza, lo cual no impide que sea de costumbres sencillas. Me hace falta una joven que me acomode y, sobre todo, que me respete y que sepa agradecerme el honor que la dispenso.

—¡Es natural!

—Ahora hablemos de lo práctico. No busco una rica; no me permitiría nunca la bajeza