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Historia de un amor turbio

ellas, ya que su ofrecida devoción de ese día le impedía resistir. Se lanzaron á aquél, oprimidos en la estrecha caja del brec, saludaron, se llenaron de polvo, se aburrieron, sin más utilidad para Rohan que ver las eternas é insistentes miradas masculinas á Eglé.

Por fin retiráronse, de noche ya. Mercedes bajó de un salto sin tocar el estribo. Atravesó el arriate por ser más corto camino. Como el césped estaba recién regado se levantó la falda con las dos manos, cual era distinguido.

A Rohan, que la miraba, el aspecto de la joven, ensanchado y desgarbado por la inmovilidad de los brazos, le chocó profundamente.

—Parece una gallina clueca—murmuró sin darse cuenta.

—Me habla, Rohan?—observó la madre.

—No, señora; miraba la araucaria esa.

—Si, nuestro jardinero es muy bueno.

Ni aún en la mesa cesó el enojo de Mercedes con Rohan. Todas las veces que lo