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Historia de un amor turbio

te equilibrio. No siendo posible marchar sosegadamente, tomaron una avenida transversal, al oeste.

Caminaban despacio; Mercedes y Eglé iban adelante, dejando jugar los brazos pendientes alrededor de las caderas. Cantaban en voz baja. De pronto Mercedes se quejó:

—Eglé, por favor!....

Eglé tenía muy poca voz y aún afinaba mal. Acostumbrada á las protestas auditivas de su hermana, sonrióse sin interrumpirse.

Rohan la miró con profunda ternura.

—Qué tarde!—volvió á repetir la madre, como si jamás hubierą visto una igual. Todos se detuvieron, volviéndose al camino recorrido.

El crepúsculo era realmente apacible, de una frescura húmeda de quinta. La calle adoquinada, limpia por el aguacero del medio día, albeaba hacia el centro, entre la doble fila de paraísos y álamos cuyo follaje som-