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Historia de un amor turbio

de cejas que le era habitual cuando miraba con atento cariño. Llegó, subió el puente sin apresurarse—ahora que iba á verla—como si se debiera ese sacrificio de amor. Desde la primer curva de la avenida Meeks distinguió el grupo blanco en la vereda—la madre y Eglé sentadas en el banco de piedra, Mercedes recostada sobre las manos en un paraíso.

Al cruzar la calle lo conocieron. Mercedes avanzó á su encuentro afectando no verlo, para evitar la ridícula y carifiosa situación de dos amigos que reconociéndose de lejos no pueden contener la risa.

La joven lo recibió como si no recordara más su última noche.

—Sano ya? Qué felicidad! Qué aburrimiento, Rohan! Se queda á comer, verdad? Sí, se quedará?

Como la insistencia estaba llena de la más cordial buena fe y su intención, por otro lado, no era otra, respondió que sí. En cambio,