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Historia de un amor turbio

} tura, pesadez de cabeza y el cuerpo molido, no obstante un sueño masivo de nueve horas.

El apetito, imposible. Sin embargo, no quiso rendirse. Imbuíase con toda clara voluntad, apoyando con el ademán, su aforismo de antes:

«No tengo absolutamente nada en el estómago» No quería caer en la antigua tortura del estudio incisivo de cada sintoma. Su estómago, no enfermo, debía entrar en seguida en la norma que le imponía su clara conciencia.

Pero no hubo sicologías posibles. A los diez días de podromos, una nueva crisis, si bien pasajera, reinstalábase con su angustioso séquito, y Rohan se resignó humanamente á sufrirla. Pidió licencia de un mes en el ministerio, donde había vuelto á ingresar, esta vez como subjefe de división.

» Después de dos semanas de decaimiento, náuseas y chuchos, no quiso dejar pasar más tiempo sin ir á lo de Elizalde. Recibiéronle