Página:Historia de un amor turbio - Los perseguidos (1908).pdf/217

Esta página no ha sido corregida
217
Los perseguidos

LOS PERSEGSIDOS 217 —¿Y si yo efectivamente creyera que usted me persigue?

Vi sus ojos de arsénico fijos en los mios.

Entre nuestras dos miradas no había nada, nada más que esa pregunta perversa que lo vendía en un desmayo de su astucia. ¿Pensó él preguntarme eso? No; pero su delirio estaba sobrado avanzado para no sufrir esa tentación. Se sonreía, con su pregunta sutil; pero el loco, el loco verdadero se le había escapado y yo lo veía en sus ojos, atisbándome.

Me encogí desenfadadamente de hombros y como quien extiende al azar la mano sobre la mesa cuando va á cambiar de postura cogi disimuladamente la azucarera. Apenas lo hice, tuve vergüenza y la deje. Díaz vió todo sin bajar los ojos.

—Sin embargo, tuvo miedo—se sonrió.

—No le respondi alegremente, acercando más la silla. Fué una farsa, como la que