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Historia de un amor turbio

muchísimo más alegre y sutil—sobre todo esto último. Sin embargo mi efusiva ternura por él dió tal animación á mi voz que á las tres cuadras Díaz cambió. Hasta entonces no había hecho más que extender el bigote derecho con la mano izquierda, asintiendo sin mirarme. De ahí en adelante echó las manos atrás. Al llegar á Corrientes no sé qué endiablada cosa le dije se sonrió de un modo imperceptible, siguió alternativamente un rato la punta de mis zapatos y me lanzó á los ojos una fugitiva mirada de soslayo.

—Hum... ya empieza—pensé. Y mis ideas, en perfecta fila hasta ese momento, comenzaron á cambiar de posición y entrechocarse vertiginosamente. Hice un esfuerzo para rehacerme y me acordé súbitamente de un gato plomo, sentado en una silla, que yo había visto cuando tenía cinco años. Por qué ese gato?... Silbé y callé de golpe. De pronto sonéme las narices y tras el pañuelo me rei