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Los perseguidos

nuestro lado y me vió hacer. Tuve la seguridad de que se había detenldo. Efectivamente, cuando llegamos á la esquina díme vuelta y lo vi inmóvil aún, mirándome con una de esas extrañezas de hombre honrado, enriquecido y burgués que obligan á echar un poco la cabeza atrás con el ceño arrugado. El individuo me encantó. Dos pasos después volvi el rostro y me reí en su cara. Vi que contraía más el ceño y se erguía dignamente como si dudara de ser el aludido. Hícele un ademán de vago disparate que acabó de desorientarlo.

Seguí de nuevo, atento únicamente á Díaz Vélez. Ya habíamos pasado Cuyo, Corrientes, Lavalle, Tucumán y Viamonte. La historia del saco y los tres mirones había sino entre estas dos últimas. Tres minutos después llegábamos á Charcas y allí se detuvo Díaz.

Miró hacia Suipacha, columbró una silueta detrás de él y se volvió de golpe. Recuerdo