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Historia de un amor turbio

gías, regulé mi paso exactamente con el suyo. Perseguido! Muy bien!..... Me fijaba detalladamente en su cabeza, sus codos, sus puños un poco de fuera, las arrugas transversales del pantalón en las corvas, los tacos, ocultos y visibles sucesivamente. Tenia la sensación vertiginosa de que antes, millones de años antes, yo había hecho ya eso:

encontrar á Díaz Vélez en la calle, seguirlo, alcanzarlo y una vez esto seguir detrás de él—detrás. Irradiaba de mi la satisfacción de diez vidas enteras qne no hubieran podido nunca realizar su deseo. Para qué tocarlo?

De pronto se me ocurrió que podría darse vuelta, y la angustia me apretó instantáneamente la garganta. Pensé que con la laringe así oprimida no se puede gritar, y mi miedo único, espantablemente único fué no poder gritar cuando se volviera, como si el fin de mi existencia debiera haber sido avanzar precipitadamente sobre él, abrirle las mandíbu-