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Los perseguidos

bia estado en su casa, llevándole las confituras—buen regalo para él.

—Me trajo también algunas para Vd. Como no sabía dónde vive—creo que Vd. no le dió su dirección—las dejó en casa. Vaya por allá.

—Un día de éstos. Está acá todavía?

—Díaz Vélez?

—Si.

—Sí, supongo que si; no me ha hablado una palabra de irse.

En la primera noche de lluvia fuf á lo de Lugones, seguro de hallar al otro. Por más que yo comprendiera como nadie que esa lógica de pensar encontrarlo justamente en una noche de lluvia era propia de perro ó loco, la sugestión de las coincidencias absurdas regirá siempre los casos en que el razonamiento no sabe ya qué hacer.

Lugones se rió de mi empeño en ver á Díaz Vélez.