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Los perseguidos

más perfecta idea de farsa; y ésta era la opinión general al oírlo, argumentar picarescamente sobre su caso—todo esto con la vanidad característica de los locos.

Pasó de este modo tres meses pavoneando sus agudezas sicológicas, hasta que un día se mojó la cabeza en el agua fresca de la cordura y modestia en las propias ideas.

—Ahora está bien—concluyó Vélez—pero le han quedado algunas cosas muy típicas. Hace una semana, por ejemplo, lo hallé en una farmacia; estaba recostado de espaldas en el mostrador, esperando no sé qué. Pusímonos á charlar. De pronto un individuo entró sin que lo viéramos, y como no había ningún dependiente llamó con los dedos en el mostrador. Bruscamente mi amigo se volvió al intruso con una instantaneidad verdaderamente animal, mirándolo fijamente en los ojos. Cualquiera se hubiera también dado vuelta, pero no con esa rapidez de hombre que está