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Historia de un amor turbio

Y efectivamente temía quedarse loco si esa atroz pesadilla continuaba. Todo: la sala, su dolor, el silencio agravado por el tenue silbido del gas, toda esa situación había sido vivida por el otro. Dejóse caer al lado de ella, los codos sobre las rodillas y se tapó la cara.

E—so—mis—mo había hecho el otro... Sintió suavemente el brazo de Egié en su cuello.

—No, por favor!—se arrancó levantándose de nuevo. No me digas ni me hagas nada!

Y al rato tornó á sentarse.

—Estoy maldito, maldito !—murmuró con un quebranto tal que estuvo á punto de ser sollozo.

Qué iba á decirle Eglé? Al fin, con un violento esfuerzo para detenerse en esa pendiente de locura, logró serenarse y buscó de nuevo el pecho de su novia. Sentía en el cuerpo de ella toda su dolorosa ansia.

—Pero dime, dime qué tienes!—gimió.