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Historia de un amor turbio

ducía más que un grande contento de sí mismo y reposada claridad para ver y juzgar las cosas. Pero cuando pensaba infaliblemente en ella era en los momentos íntimos, al acostarse, al levantarse, imaginándose simplemente que Eglé lo estuviera mirando. Esta evocación acudiale con más rapidez al hacer ó pensar algo bueno que ella no le conocía y, en particular, cuando oía algo elogioso para él.

Si ella oyera.... pensaba enseguida.

Por fin el viernes tomaba el tren de las seis y venticinco, acordándose á veces de los viajes que hiciera antes, cuando trataba de convencerse de que no la quería y bajaba en Lomas para ver únicamente á las de Elizalde.

Esto sin mayor dolor ahora, por la plena y evidente naturalidad de su felicidad actual.

—Eglé lo esperaba y á la hora, no antes, porque los días eran largos y la verja sin enredaderas, comenzaban en un banco.

— Amor, amor mío!—la estrechaba Rohan,