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se atasen con otros segun pidiese el tiempo, y unidos todos al principal impulso del duque.»

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«En esta situacion se hallaba la máquina al tiempo de las turbulencias de Madrid, y desde el primer dia, anunciando no se podía menos de ignorar su origen, se dió el primer golpe de movimiento á la máquina, haciendo entender á S. M. que la novedad era más que de pueblo, y que la Compañía, acostumbrada á emprender trastornos, tenia á la nación contaminada, y que no había que fiar en aquella aparente tranquilidad del pueblo.

Logróse el efecto con el tiro, dejando S. M. aquella noche su real palacio de Madrid, retirándose á Aranjuez, donde, por temer mayores resultas que le persuadian (1), consintió prudentemente en que se cortasen las puentes de comunicacion, se acordonase la tropa de casa real, se estableciesen avanzadas y se acercasen tropas y artillería contra Madrid.

»Sabe el mundo que nada resultó, confirmándose con la repentina quietud del pueblo que todo ese alboroto fue humo, que se disipo con la remoción del marques de Esquilace, y que aún la vil ralea del pueblo español (2), que fueron los que gritaron, tienen sublimes pensamientos de amor y fidelidad á sus dichosos Reyes.

»Pero como el timen estaba puesto en la buena mano del duque, y maniobraban bien los de su gremio, no perdieron, y aunque al parecer se dejaban llevar de la corriente, en realidad avanzaban viaje y prometian puerto. Una de las maniobras fue hacer preciso el consejo de Estado, bien que secretamente y sin publicas funciones de ceremonia, compuesto del decano, el duque de Alba, el de Soto-Mayor, marqués Grimaldi y D. Cosme Mazones, y ponerlo en ejercicio privado por la interlocucion del Padre confesor, á la manera de lo que sucede con el Mufti y el gran Divan.

»La segunda maniobra fue el destierro del marqués de la Ensenada, con el pretexto de que algunos picarones, en el día del motin, le pidieron por ministro. Con ella se consiguió deshacerse de este enemigo, y dar una idea á S. M. de que la voz que le pedia por ministro dejaba sospechar alguna cábala de los Jesuitas, como sus apasionados, si no es que esto había sido el objeto de los alborotos: puesta la primera piedra, quedó trazado el edificio.

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(1)En tales térmimos asustaron al Monarca sus pérfidos consejeros, los maquinadores de le expulsion, exagerándole el motín, que al llegar a Aranjuez fué preciso sangranle.

(2) El autor del Juicio imparcial sostiene como testigo de vista que entre los amotinados no habla ni una persona decente, ni artesanos. Por ese motivo llama en ralea y en otro paraje canalla, a los que figuraron en aquel motín.