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testigo presencial, más desinteresado que el que se acaba de citar. Había en Madrid por entónces un americano rico y entremetido, al cual, aunque no era clérigo, se le cono- cia en la córte por el apelativo del Abate Hermoso. Este se halló en palacio durante el motín, y salió de Madrid para Aranjuez con el Patriarca de las Indias. Era hombre de ideas volterianas y enemigo de los Jesuitas, pero aun más de la pandilla infamé que urdió aquel motin, y cuyos manejos conocía muy á fondo. Perseguido por ella con gran ensañamiento, se le encerró en un castillo y se le enredó en un expediente inicuo y brutal, que es un oprobio para el gobierno y los magistrados que lo siguieron (I).

Hermoso en sus declaraciones compromete a los consejeros del Monarca y les achaca el haber hecho lo posible por exacerbar los ánimos y engañar al Rey(2). «Que el Viernes de Dolores, tres dias antes del gran tumulto, habían precedido otro casual en la calle de Atocha, á las cuatro de la tarde, que dió bastante cuidado... Que sobre este hecho y otros repetidos casualmente en los mismos días, se echó tierra, no se avisó á la Córte, no se tomaron precauciones, y siguieron los alguaciles su imprudente y violenta persecución.»

Hermoso dice en sus declaraciones que no era afecto a los jesuítas: pedía permiso para escribir y defenderse; pero el Consejo mandó en repetidas providencias que no manifestase sus escritos. Por ese motivo se le cree el verdadero autor de un cuaderno muy curioso, é inédito hasta pocos años há, que en un principio se creyó del P. Ceballos. Titúlado Juicio imparcial sobre el extrañamiento de los Jesuitas, por un ilustrado español. Éste, sea ó no sea el abate Hermoso, culpa abiertamente al duque de Alba como autor del motín y preparador de él, para achacarlo a los Jesuitas y asustar á Carlos III. Dice así:

«Vino ya el momento decisivo en que el duque de Alba volvió á la gracia del Rey y á la mayor intimidad con el Padre confesor, aunque sin amistad; pues dicen, por cierto, que no la tuvo ni con su madre. Este sólo era el hombre capaz de perfeccionar la máquina y de ponerla en movimiento. Tratóse entre los dos, y Campomanes principalmente, y dióse parte á muchos que habían de servir á su tiempo. Pero el duque sólo se hizo cargo de la dirección, dejando al confesor y fiscal como instrumentos, cada uno en su clase que

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(1) Lo publicó en extracto el fiscal D. Francisco Gutierrez de la Huerta, en su dictamen á Fernando VII á favor de los Jesuitas. Véase á la pág. 240 de la edición de este dictamen, impreso en Madrid el año de 1845, la barbarie de aquellos fiscales de Carlos III, que pedian contra Hermoso pena capital y tormento tamquam in cadavere. ¡Y luego se habla de la Inquisicion!

(2) Aunque se copian aqui algunos párrafos que hacen al caso para nuestra historia, pueden verse más por extenso en el folleto titulado La Córte de Carlos III,1767-1867.