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periodistas, ex-generales y magistrados, que apenas crean en Dios, que eran francmasones, que habiaban del Catolicismo con el mayor desprecio, y con todo eso preguntaban á una mesa o á un canasto los recónditos misterios que querian averiguar, y se comunicaban con los ángeles blancos y los ángeles negros de Allan-Kardec? Pues eso está pasando en Madrid, y los que se burlan de las brujas de Zugarramurdi se enfadan si uno se rie de las evocaciones espiritistas.

Clavel, en su Historia pintoresca de la francmasonería no puede menos de hablar tambien de esas iniciaciones secretas de los sectarios de Hécate, ó Dame Habonde, como derivaciones del paganismo, siquiera mezcle esto con desatinos acerca del Cristianismo, como buen francmason, y eso refiriéndose á Du Cange. «Las asambleas, dice, se celebraban por la noche en lugares desiertos; los asociados tenian sus signos de reconocimiento, y se comprometian con juramento á guardar el secreto más profundo. El que presidia de entre ellos se revestia con una piel de macho cabrio; su frente estaba armada de cuernos, y su barba adornada con las barbas de este animal.» Esto dice el francmason Clavel con relación á Du Cange y á los misteriosos conventículos nocturnos de Francia y Alemania en la Edad Media. ¿Por qué ha de ser ridículo en España é increible lo que no se halló increíble relativamente á esos países? ¿Se ha de dar menos fé á un proceso de la Inquisicion en el siglo XVII, que á una averiguacion judicial de un tribunal cualquiera en los siglos XII o XIII?

Yo no entraré aquí á dilucidar si las monstruosidades estrafalarias y obscenas que allí se revelan son hijas de imaginaciones extraviadas y meros fenómenos fisiológicos,o realidades; si están en las fuerzas de la naturaleza o había en ellas algo de sobrenatural y teurgico. Pero es lo cierto que hoy dia, vistos los adelantos de la ciencia y de la medicina en cuanto á monomanías extravagantes, los absurdos del espiritismo, dejando á un lado sus supercherías, y los brutales sacrilegios de algunas sectas italianas, estamos en el caso de volver á tratar de las hechicerías y de los misteriosos conventículos de los llamados brujos, y no contentarnos ya con los juicios críticos del P.Feijóo, que, si pudieron satisfacer á los lectores de su tiempo, hoy no pueden contentar ni á los católicos ní á los espiritistas.

Para mi propósito basta probar el hecho de la existencia de esas sociedades tenebrosas, sin descender á las apreciaciones de sus extravagancias, ni menos á la repugnante narracion de sus obscenidades.

La más célebre de estas reuniones de que dan cuenta los fastos del Santo Oficio en España, fué la de Zugarramurdi á principios del siglo XVII. Descubrióla una muchacha fran-

TÓMO I.