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Concluyeron de asesinar al niño, abriéndole el costado con un cuchillo para sacarle el corazon, que uno de aquellos malvados, llamado Masuras, llevaba á la sinagoga de Zamora para hacer con él un hechizo, cuando la Inquisicíon de Avila le puso preso y recogió, el corazon y una Forma consagrada que tambien llevaba con igual objeto, y que es adorada todavía en Avila, como testimonio tradicional de aquel acontecimiento, acreditado además por un proceso que se formó en averiguacion del delito, y á vista del cual se escribió la historia del martirio que padeció el inocente niño.

Nótase, pues, que los judíos habian perdido su carácter religioso para convertirse en una seda fanática, incrédula, misteriosa y asesina, que apenas tenía creencias religiosas, burlándose de su fé y de la cristiana, animados de rencor profundo, contra los católicos, ideando los medios de vengarse de éstos y hacerles sufrir, volviendo agravio por agravio, y encubriendo sus arteros amaños con profunda hipocresía. Y esto no era solamente en Castilla, sino tambien en Navarra, pues en las Cortes de Tafalla en 1482 aparecen graves recriminaciones contra los judíos y la insolencia que en aquel país iban desplegando.

Tres años despues, hacen asesinar en Zaragoza al inquisidor San Pedro Arbués. Allí se habian apoderado hasta del tribunal del Justicia, y de los principales cargos, pues gran parte de los abogados de aquella ciudad eran judíos en su vida privada, y cristianos sólo en apariencia. Los asesinos pagados por los judíos y abogados de la capital de Aragon, fueron Juan de Esperandeo, cuyo padre estaba preso en la Inquisicion por judaizante; Beltran Darançó, francés; Antonio Grau, valenciano; Bernardo Leofante. de Tolosa,,y Tristan de Leonis, francés. Aun del mismo Esperandeo se duda que fuese originario de Aragon, El gascon Durançó fué él primero que acometió á la víctima, dándole por detrás una estocada en la cerviz, y echó á correr; pero el judío Espe- randeo, atravesó al inquisidor de dos estocadas.

En el asesinato aparecieron complicados algunos abogados y gente de justicia, tales como Juan de la Abadía y el mismo Juan Esperando, que murieron impenitentes; Mosen Luis Santangel, tesorero; Juan Tomás y su hijo Luis, Micer Alonso Sanchez, abogado, y aun el mismo Vicecanciller de Aragon, Mosen Alonso de La-Caballería, todos ellos de sospechosa raza.

Trata con esto el jansenista Llorente de probar, con su habitual mala fé, que la Inquisicion era mal vista por los aragoneses; pero es lo cierto que, al saberse en Zaragoza el martirio del Maestr'-Epila, el pueblo, el verdadero pueblo y los verdaderos aragoneses, iban á matar á todos los judíos y conversos, y tuvo que salir, á caballo y á toda prisa el ar-