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esperaba, y que de todos modos habian de morir, lograron arrojarse desesperadamente sobre sus conductores,y sujetarlos: entónces, variando de rumbo, vinieron á desembarcar en las playas de Valencia. En Orense fueron degollados tambien los presos de la cárcel, y Soroa dejó asimismo no pocos rastros de sangre en Guipúzcoa (1).

En otras partes se guardaban ciertas formalidades para llevar al suplicio á los acusados de serviles; pero se sabía de antemano que los reos habían de ser ajusticiados, y en algunos puntos, como Barcelona, Murcia, Zaragoza, Granada y Valencia ni aun se les permitía nombrar defensores, para cubrir las apariencias. Así sucedió en Barcelona en la causa de D. Francisco Coll, asesinado jurídicamente en el mes de Febrero. El Universal de aquella ciudad, correspondiente al 4 de Marzo, se atrevió á estampar que el defensor se habla contentado con preparar á Coll para que sufriese con paciencia el castigo merecido, y que sólo pedía á los jueces rogasen á Dios, que cuanto antes tuvieran igual suerte cuantos conspiradores se hallasen en su caso. Esto era convertir los tribunales en carnicerías de hombres.

Con igual cinismo se procedia en Granada, pues un artículo impreso en El Universal de 25 de Febrero decia, que allí ya no se estilaba llevar los presos á la cárcel, sino que se los sumariaba y despachaba rápidamente. A veces se ahorraban hasta los sumarios, pues el 12 de Febrero asesinaron los nacionales á las puertas de la poblacion á cinco que traian presos, y pocos dias antes (4 de Febrero); entrando en la cárcel algunos sicarios pagados, asesinaron al P. Osuna y á otros cinco realistas presos por sospechas de conspiracion.

Los jefes militares entre tanto cometían por do quiera mil atrocidades. El mismo Presas confiesa las de Torrijos, el Empecinado y otros (2). «Rotten, en la capital del Principado, renovó con proscripciones y asesinatos las sanguinarias escenas de Robespierre. Torrijos en Vitoria y Pamplona, si bien no fue tan cruel, no pudo contener sus tropas para que dejasen de cometer violencias y asesinatos de casi igual naturaleza.

»El coronel Gonzalez, sólo en un dia, mandó pasar á cuchillo á trescientos que se habían. rendido. D. Juan Martin el Empecinado entró en Cáceres asesinando á todos cuantos encontraba por delante, sin perdonar ni á los inocentes niños que hallaba en su encuentro.»

Horrible fue tambien la conducta de los soldados de Lu-

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(1) D. Tiburcio Eguiluz: Discurso apologético de la lealtad española. pág. 65: cita á propósito el Indicador catalana de 21 de Febrero (Enero, dice allí) y El Universal de 4 de Marzo

(2) Presas: Pintura de los males, pág. 123.