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neros, pero éstos no habian podido reparar todavía el daño que les hizo Palarea. El Grande Oriente, por el contrario, tomaba cada dia más incremento, porque era el distribuidor de las gracias y de los empleos. Riego estaba despreciado y proscrito por los mismos masones: la benemérita milicia nacional de Madrid procedia engañada por los San Migueles, y la mayor parte de sus oficiales eran tambien del Grande Oriente (1); las tribunas populares habian callado: los ejércitos franceses avanzaban hacia Sevilla sin encontrar obstáculos; no había, pues, elementos para combatir la masa de pícaros que arrastraron á su partido á una multitud de obcecados, de tontos y de mentecatos.

»Y en cuanto á la segunda pregunta, ya se ha dicho diferentes veces que el Rey trabajaba de hecho constantemente al propósito de erigirse en tirano; que engañaba á los ministros aparentando conformarse con el plan de Cámaras, y para esto se trajo el ejército francés y se dictaron las inícuas providencias que se han indicado. Pero al Rey se le hacía un siglo cada momento de los que trascurrian sin que pudiese desplegar la rabia y furor de que su corazon estaba poseido. Llega á Sevilla, recibe allí el bando servil un refuerzo considerable con los canónigos y frailes que se unieron; se creen ya con fuerza suficiente para proclamar el despotismo; derraman su oro á manos llenas y se prepara nada menos que una conmocion popular, que tenía por objeto acabar en una sola noche con las Córtes, con Riego y con los ministros. La trama se descubrió poco antes de la hora designada por el Rey para el rompimiento, y entonces, viéndose comprometidos los mandarines, denuncian el proyecto, corren á las armas la tropa y la miliciapara sostenerlos, se llenan de pavura los serviles, y tiembla el Rey; y las Córtes para acabarse de cubrir de oprobio..., para acabar de perder la honra, declaran al Rey inepto para regir hasta que llegue á Cádiz.»

En esta narracion del anónimo comunero y redactor de El Zurriago hay un gran fondo de verdad en medio de algunas inexactitudes y de apreciaciones exageradas, hijas del despecho, del encono político y del espíritu de secta y pandillaje. Dada la posicion en que se veían las Córtes, no pudieron hacer con Fernando VII otra cosa que lo que hicieron, declarándole incapacitado moralmente para seguir reinando por entonces. Fernando VII, al negarse á salir de Sevilla, contaba con una conspiracion á cuyo frente estaba el general Downié con gran parte de la guarnicion y casi todo el paisanaje. Pero los realistas, con su habitual impe-


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(1) Querria decir que dependian del Gran Oriente masónico, como francmasones que eran casi todos.