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tarse otra vez en ella masones y comuneros, con un furor que les hubiera honrado en los campos de Brihuega. Preparábanse los comuneros á un nuevo rompimiento y á nuevos escándalos, á pesar de la conciliacion reciente y de los pactos conciliadores que traian entre manos, cuando el Rey, temeroso de perder trono y vida si los comuneros escalaban el poder, o deseando precipitar la marcha de las cosas, se entendió con éstos por medio de Regato y de algunos otros. Nombrado estaba ya el ministerio comunero cuando los francmasones, los moderadísimos, filantrópicos é ilustrados francmasones, cultivadores de las virtudes cívicas, fraguaron el motin más asqueroso que presenta nuestra historia, fecunda en abortos de este género, desde el de los sombreros, costeado y dirigido por el duque de Alba, ascendiente del Tio Perico el manchego, hasta el degüello de los frailes en tiempo del héroe de las Platerías, como veremos luégo.

Oigamos sobre este punto importante de la historia revolucionaria y francmasónica, la narracion autorizada del marqués de Miradores, testigo presencial:

«Al anochecer del dia 19 de Febrero de 1823 se esparció la voz de que el Rey se habia servido remover el ministerio, medida que, sobre reclamarla la utilidad pública, fué producida por contestaciones desagradables entre sus individuos y el Monarca. No era difícil prever los resultados; hijo este ministerio de la masonería, esta corporacion debía echar el resto para sostener sus hechuras, pues se escapaba de sus manos el gobierno de la monarquía. En efecto: una asonada puso en consternacion la capital, no en verdad por el número de los individuos amotinados, pues no llegaban á trescientos, sino por su naturaleza. En muchas ocasiones había sido turbada la tranquilidad pública; en muchas, viras y mueras diferentes habian resonado en las calles y plazas de la capital; pero jamás se habia manchado la revolucion con signos ciertos de un atentado hasta esta noche ominosa.

»La pluma se resiste á describirla: voces de ¡muera el Rey! se oyeron por primera vez, se insultó al sagrado asilo y aun á la virtuosa y respetable Reina, y acaso sin la Milicia de Madrid y sin el Ayuntamiento, se hubiesen ensangrentado las páginas de nuestra historia con la sangre de ilustres víctimas.»

El autor de la Historia de la vida y reinado de Fernando VII (1), testigo presencial, despues de narrar que se puso en la plaza de la Constitucion una mesa para recoger

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(1) Tomo II, pág. 60