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todas las potencias que la formaban, se hizo una farsa de reconciliacion en el Congreso, y se abrazaron Argüelles y Alcalá Galiano, representante aquél del órden, o sea dé la anarquía mansa, y éste de la demagogia, o sea de la revolución sin bozal.

Repitióse la farsa de reconciliacion en las lógias y en las torres entre el Gran Oriente y la Gran Asamblea, y en casi todas las poblaciones donde habia hermanos de las sociedades secretas. En Tarragona se abrazaron en la plaza comuneros y masones, y aun en los puntos donde sólo habia comuneros fraternizaron éstos con las autoridades y la tropa (1).

Mas el diablo, que no gusta de paz ni aun entre sus hijos, lanzó bien pronto la manzana fatal en medio de los hermanos. Antolósele al ex-republicano Bessieres venir á molestar á los comuneros de Zaragoza y Calatayud, y llegando despues á Guadalajara y Brihuega, tuvo el mal gusto de asustar á los valerosos milicianos de. Madrid, á quienes su paternal Ayuntamiento llevó en calesas, tartanas y otros vehículos á que Bessieres los cogiera presos con escaso gasto de pólvora, como exige el decoro en tales casos. Culpa de los imprevisores francmasones, que, creyendo la derrota de Bessieres tan fácil y segura como las que suele pintar en los periódicos la imaginacion de los periodistas, se empeñaron en poner al frente de la brillante columna al general O'Daly, uno de los cinco héroes que compartieran los azares de la sublevacion de Riego. Era O'Daly francmason, como O'Donujú y los O'Donnell, y casi todos los irlandeses aclimatados en España. Sabiase que O`Daly no era á propósito para mandar muchos soldados juntos, como no fuese en alguna revista; pero los masones quisieron que fuera este venerable hermano quien podara aquellos fáciles laureles en los campos de la Alcarria. El éxito no correspondió á las esperanzas, y el Empecinado, comunero, cuya caballería no habia podido correr tanto como los corceles de las calesas madrileñas, llegó tarde, y no sin riesgo, á presenciar el presuroso y desordenado desfile de los elegantes milicianos de la córte.

Culparon los comuneros, como era natural, al francrnason por el mal desempeño de aquella pequeña empresa, que podia haber dado ocasion á tan patrióticos ditirambos. El gobierno había cometido la torpeza de consentir que se abriera nuevamente la Landaburiana, y volvieron á insul-

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(1) En Calatayud tuvieron una gran comida en la plaza. Era yo niño, y aun recuerdo haber visto á Lopez Pinto, jefe politico de aquella ciudad, a quien por apodo llamaban Bigotes, el cual vino a probar el suculento rancho que comieron en público los nacionales, casi todos ellos comuneros.