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jos; y conspirando contra sus propios padres, mancillaron sus canas. Al lanzarlos del trono, atrajeron sobre sí las maldiciones del cielo, y sobre el pais un diluvio de calamidades públicas.

El desgraciado D. Alfonso el Sabio, legislador de Castilla, se vió en los tres últimos años de su vida atropellado por un hijo á quien la historia apellida Bravo en vez de Pravo, ó malvado, pues en la mala pronunciación de aquel tiempo sustituian la B por la P, cuya pronunciacion se hacia difícil á la gente de sangre mozárabe. El rebelde D. Sancho hubo de atropellar, no solamente á su padre, sino tambien á los legítimos herederos del trono. Los tres descendientes de aquella dinastía intrusa tuvieron tres minorías horriblemente aciagas y tres muertes desastrosas. D. Fernando, el Emplazado, muere de un modo inesperado y misterioso ; Alfonso XI muere herido de la epidemia reinante, y D. Pedro el Cruel muere á manos de un hermano bastardo, que sustituye una dinastía ilegítima á otra ilegítima.

Ésta es la síntesis de la desdichada historia de Castilla desde fines del siglo XIII á fines del XIV, en que el hecho se convierte en derecho, á duras penas, en tiempo de Enrique III, el Doliente, casando el descendiente del asesino. con una descendiente del asesinado, pero sin volver, nótese bien, al principio estricto de la legitimidad verdadera, no representada por ninguno de los descendientes de Sancho el Bravo. ¡Tan árduas han sido en todos tiempos las cuestiones de legitimidad, y tan desastrosas las consecuencias de las conspiraciones de los hijos contra sus padres! ¿Y miradas las cosas de España en el siglo XIX á la fúnebre luz que nos comunica la historia del siglo XIV, en todos conceptos desdichado y de retroceso, extrañaremos que Fernando VII, destronador de su padre, legára á su descendencia el funesto reato que D. Sancho el Bravo dejó á la suya.?

Los modernos biólogos reducen las leyes de la historia de la humanidad terrestre á una especie de fatalismo, al cual pretenden dar proporciones casi matemáticas: los católicos, que preferimos las leyes morales á las físicas, estudiamos la biología en las altísimas de la Providencia divina, que rige á la sociedad por las mismas con que dirige a los individuos, pues su ley en todo es una. Este principio se niega tambien por algunas escuelas modernas, que no quieren convenir en que las leyes de la sociedad son las del individuo. Por mi parte, en esto, como en todo, soy partidario de la unidad.

Para legitimar D. Sancho el Bravo la sublevacion contra su padre D. Alfonso, calumnió á éste, exageró sus defectos, halagó las pasiones bastardas de los magnates y los conatos de la gente levantisca, y al efecto celebró Córtes en Valla-