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mayores excesos. Al escuchar este conjuro, Fernando tuvo que bajar la cabeza. Los guardias, que habían acuchillado á los alborotadores el 4 de Febrero, fueron metidos en un convento y encausados. Allí estaban presos todavía á fines de Agosto, cuando los comuneros intentaron asesinarlos. Con motivo de unos nombramientos hechos ilegalmente por el Rey, concitaronse nuevos tumultos. El club de la Fontana de Oro (¡los amigos del orden!) excitó á los asociados al asesinato de los guardias y de un pintor condenado á diez años de presidio por conspirador, como Vinuesa. La guardia esta vez no tiró al aire, y la firmeza de Morillo disipó en breve aquel motin.


5.ª conspiración palaciega: la de Ugarte.


Visto el fracaso de todos aquellos descabellados proyectos, disuelto el regimiento de guardias de Corps y hechos objeto de desconfianza los demás cuerpos de la Guardia real, pensó la camarilla en proyectos más vastos y fuera de Madrid, conociendo, aunque tarde, que un golpe de mano en la córte no era bastante para acabar con la revolución. Reinaba en todas las provincias del Norte de España gran descontento, y no poco en algunas de las del centro. Los motines, los continuos insultos y apaleamientos, el charlatanismo de los holgazanes políticos, la empleomanía rabiosa de los patriotas desinteresados, los escandalosos robos y dilapidaciones de ministros y de las autoridades subalternas, las luchas de los partidos nacientes y de las sectas y sociedades secretas y rivales, el malestar y penuria general, mayores que en los años pasados, habían producido en pocos meses tedio en los hombres de bien, y desencanto en no pocos ilusos por falta de talento. Añadiase á esto el descontento de las provincias exentas por el atropello de sus fueros, y el del. clero por las medidas tomadas contra él. La fiebre amarilla, que asolaba el litoral, el hambre y la sequía venían á aumentar el desasosiego, y, como sucede en tales casos, y en la exageracion de los partidos, casi se culpaba al gobierno cuando en alguna parte no llovia á su tiempo acostumbrado. Entónces se acordó sublevar las provincias septentrionales, aprovechando aquel general disgusto, y teniendo por base las guerrillas que ya pululaban en algunos puntos. Pero estas no eran hijas de sociedades secretas, pues los realistas se daban poca maña para ellas.

Ugarte, el filo-ruso de quien ya se habló anteriormente, recibió para ello el encargo y los millones de Fernando VII, y preciso es confesar que procedió con gran destreza, pues al año de promulgada la Constitucion brotaban partidas rea-