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emblema, poniendo todos los liberales exaltados un martillo por empuñadura de sus bastones; alegoría masónica á la vez que recuerdo del asesinato del cura de Tamajon, y preludio de los horribles cometidos despues por los comuneros Mina, Roten, Mendez Vigo y el mismo Riego, en Cataluña Galicia y Andalucía.

Pero conste que de aquel crimen fueron más culpables las autoridades que los comuneros. Las autoridades, que nada hicieron para evitarlo, pertenecian á la masonería, los asesinos á la comunería.


4.ª conspiracion palaciega: la de los guardias de Corps.


En todos los proyectos de conspiracion se contaba siempre cón la fidelidad de este cuerpo y su adhesion al Rey. A la verdad esa era su mision. El Rey se veía insultado en las calles públicamente siempre que salia de paseo, y su escolta, lejos de poder impedirlo, era tambien objeto de irrision y continuos denuestos. Subieron éstos de punto al divulgarse el proyecto de Vinuesa, que contaba con los guardias. El Rey se quejó al ayuntamiento, el 4 de Febrero. Este envió un regidor con algunos de policía para impedir los insultos al Rey cuando saliera de Palacio al día siguiente; pero los nacionales y la canalla pagada por los clubs hicieron tan poco caso del regidor y de la guardia, que, de intento, y más que nunca, prorumpieron en insultos y amenazas, al tenor de las instrucciones dadas por los comuneros, que costeaban y dirigian la funcion.

Acalorados algunos guardias que estaban allí, tiraron de las espadas, y los nacionales y los peseteros huyeron despavoridos, pues no era cosa de recibir una cuchillada por tristes cuatro reales que les valía la funcion. Resultó herido un miliciano y atropellado el pobre regidor, primero por los alquilones del motín, y despues por los guardias.

Tomóse de aquí pretexto contra estos, y se acordó la disolucion de aquel cuerpo. Rodeóse de artillería y tropa el cuartel y se les obligo á capitular, saliendo con las espadas únicamente á los edificios em donde fueron arrestados. Negábase el Rey á firmar el decreto de disolucion , y los jefes reclamaban que se juzgase á los delincuentes y no se castigára á todo el regimiento por la tropelía de unos pocos jóvenes acalorados. De nada sirvió tan razonable observacíon, pues se supuso que había una conspiracion, aunque esto no era cierto, y D. Cayetano Valdés acudió al resorte de siempre para convencer al Rey, diciéndole que, de no hacerlo así, el pueblo, exasperado, se precipitaría contra él