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un misterioso silencio, peor que la acusacion fiscal. «Mi conducta, pues, puede considerarse bajo dos aspectos: de política y moral. En órden á mi conducta política en las presentes circunstancias, está entendiendo el juez nombrado para mi causa, y el público, que descansa en sus luces, debe abstenerse de pronunciar su fallo anticipadamente, por no exponerse á errar.» Para decir esto valía más callar, puesto que quien debía callar habia hablado. La razon era excelente, pero no servía de nada contra el lenguaje de la pasion, y el no negar el hecho, ni atenuarlo, sino esquivarlo por completo, equivalia á los ojos del público, mal prevenido, á una tácita confesion de la conspiracion abortada y proclamada ya por el fiscal.

Seguia a esto un extracto de la relacion de sus méritos durante la guerra de la Independencia, en cuya época, siendo cura de Tamajon, habia prestado muchos servicios á la causa nacional, por los cuales el Rey le premió, haciéndole capellan de honor y arcediano de Tarazona.

El juez le condenó á la pena de diez años de presidio; pena bárbara y exorbitante, tratándose de un delito frustrado y de una tentativa que no habia pasado de proyecto escrito, y en que no aparecieron cómplices, sin lo cual no hay ni sombra de conspiracion.

Pero las hienas de la francmasonería y de las sociedades patrióticas necesitaban sangre, y puesto que no la daba el juez, se la proporcionaron ellos. El ayuntamiento de Madrid, más criminal que ellos, quitó la guardia de la cárcel á los inválidos y puso nacionales voluntarios. Todo Madrid sabía que se iba á asesinar al cura de Tamajon. En la Puerta del Sol se acordó su muerte en medio de un griterio es pantoso y de una escena de caníbales: aplazóse para la tarde, y las autoridades nada hicieron. Los asesinos se reunieron pausadamente, sin que nadie se les opusiera ; fueron desde la Puerta del Sol á la cárcel ; los nacionales escogidos para este caso hicieron la farsa de disparar los fusiles al aire, y, entrando los sicarios en la prision, penetraron en el calabozo, rompieron el cráneo del sacerdote de dos martillazos, y le dieron diez y siete puñaladas (1).

En la fuente de la calle de Relatores, próxima á la cárcel de Corona (ó del clero) donde se cometió el asesinato, y que hoy se llama del Progreso, lavaron los asesinos el martillo, lo pasearon en triunfo, y despues lo tomaron como

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(1) El juez Arias tuvo que escapar. Los asesinos invadieron su casa y maltrataron á su familia.

Martinez de la Rosa y Toreno abominaron en las Córtes aquel asesinato, como despues en 1834 el de los frailes. Mejor hubiera sido haberlo castigado más severamente. Romero Alpuente lo aplaudió y defendió en las Cortos, apoyándole Golfín y Moreno Guerra. Los realistas ahorcaron más adelante á varios de los asesinos.

TOMO I.