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jeto era marchar á Palacio para ponerse á las órdenes del Rey, y, en union con otros vários conjurados que acudirian al Parque, poner en libertad al Monarca. Habiéndose opuesto á la salida el centinela de estandartes, le asesinaron. Esto produjo confusion y alboroto, redobláronse las patrullas de milicianos y abortó la conspiracion, resaltando que nadie había hecho nada, como sucede siempre en esos casos, cuando los proyectos descabellados salen mal. Con este proyecto coincidia el empeño de que el Rey saliese de Madrid y fuera á Castilla la Vieja, en lo que trabajaban un secretario de S. M., llamado D. Domingo Baso y Mozo, y un capellan de altar, llamado D. José Manuel Erroz. Baso salió de Madrid en un coche, y, llegando á Daimiel, donde estaba D. Pedro Agustín Echevarría, antiguo ministro de Orden público (1), le dijo que el Rey venía en pós de él, y era preciso que tomase el mando de las tropas de los pueblos por donde iba á pasar. Descubierto este aborto monstruoso de conspiracion, Baso y Erroz fueron presos, y murieron asesinados en el castillo de San Anton de la Coruña, como veremos luégo.


2.ª conspiracion palaciega la de Carvajal.


A la conspiracion para evitar la reunion de Córtes siguió otra al tiempo de cerrarlas, el día 9 de Noviembre. El Rey, impulsado por la camarilla, nombró capitan general de Madrid á D. José Carvajal, sin contar con el ministerio. Habiéndose presentado á tomar posesion de su cargo, Vigodet, que lo desempeñaba, se negó á entregar el mando mientras el ministro no refrendase el decreto.

Alborotóse Madrid á la noticia de aquel golpe de Estado: las logias lanzaron á la calle sus prosélitos; las sociedades patrioticas concitaron los ánimos. La comision permanente de Cortes, presidida por Muñoz Torrero, hizo como que se veía apurada por los amotinados, aunque en el fondo ella y el ministerio se alegraban de aquel motín y lo azuzaban en secreto.

El Rey tuvo que confesar que le habían engañado, y desterró al conde de Miranda, su mayordomo mayor, y á su confesor D. Víctor Damian Sáez. Hízosele al Rey regresar del Escorial, y entró en Madrid cabizbajo y tembloroso. Mientras desfilaban las tropas por delante del real alcázar, la francmasonería le hizo presenciar una de aquellas escenas que preludiaron la marcha de Luís XVI hácia el patíbulo. Alzaron en hombros un soldado y un clérigo, un hom-

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(1) El que descubrió la conspiración del café de Levante, arriba citada.