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ra política de Madrid, y puso en ella á D. José Martinez de San Martin (alias Tintin de Navarra), dándole á entender que sería inmediatamente depuesto si no destruia todas las tribunas populares de Madrid. El Tintin, por no perder la preciosa y corroborante prebenda que le halda tocado en suerte, acudió magníficamente á la fuerza bruta (1), destruyendo como un héroe las tribunas populares, poniendo en prision á D. Juan Antonio Jipini, de la Fontana de Oro, con otros dos oradores que pudo haber, y cometiendo liberalmente un sin número de liberalísimas hazañas. Los anilleros, ántes de llegar al poder habíanse convenido en no permitir que ningun cargo público, y particularmente los más distinguidos, recayese en persona que no fuese de su sociedad. Tal propósito lo cumplieron religiosamente

»Las Córtes estaban disueltas, y cuando llegó el caso de reunirlas de nuevo, el ministerio envió notas reservadas á todos los jefes políticos, encargándoles, so pena de..., que influyesen de tal manera en las elecciones, que triunfasen en ellas los partidarios del gobierno; y pues gran parte de las Córtes fué anillera, cumplieron los jefes políticos violentamente su obligacion.

»Entre tanto, los masones, al verse tan horriblemente engañados, hicieron en cierto modo las paces con los comuneros para dedicarse contra el enemigo comun. Estos. oprimidos como estaban, se consolaban con el recuerdo de su héroe Riego, tributándole honores ó incienso en. público y en secreto, y hasta llevando en triunfo su retrato por las calles de las poblaciones. Esto no les gustaba á Feliu y comparsa, y por esta razon determinó proceder contra Riego para herir al partido en su cabeza.

»Riego habia sostenido siempre ideas republicanas, y con estas pensó acusarle el ministerio. No sé decir si el gobierno nombró por acusador de Riego al jefe político de Zaragoza; lo cierto es que este fulano, que lo era un tal Moreda, fué el que acusó a D. Rafael del Riego; el gobierno acogió muy bien la tal acusacion, ó inmediatamente el ,jefe de los comuneros fué separado de su destino de comandante general de Aragón, y enviado de cuartel á Lérida, para que allí aprendiese á padecer entre los apestados. Al ver tamaño atentado (2), la secta comunera rabiaba atrozmente, pero tuvo que callar

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(1) Un realista, y menos un Jesuita, no tienen derecho pura llamar fuerza bruta a la represion de la anarquia.

(2) Se necesita padecer mucha alucinacion para llamar atentado al acto justisimo de separar a Riego de la capitanía general de Zaragoza, que deshonraba, haciendo el payaso en el teatro, entonando el trágala coreado por todos los matones y baturros de aquel pueblo, y fomentando una conspiracion republicana indudable, y con ramificaciones en Francia.¡Y a este acto de justa represíon lo llama atentado un escritor realista!