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tra la Constitución.Hallóse la consabida sala colgada de bayetas negras, un retablo con un crucifijo, y al lado un esqueleto y una casulla negra. La casa que hace poco tiempo era conocida todavía por la de los Masones, estaba junto al hospital llamado de las bubas, contiguo á la sacristía de la parroquia de Santa Catalina. El esqueleto fué enterrado en el patinillo de la parroquia de Santiago.

La de Zaragoza estaba cerca de la calle Mayor, por detrás de Santa Cruz, y por mucho tiempo se la llamó tambien la Casa de los Masones. El año 23, al entrar en aquella ciudad el general. Molitor, quisieron los realistas pegarle fuego; pero las autoridades tuvieron el feliz pensamiento de poner á la puerta las armas reales, y esto bastó para que nadie entrara ni se cometiera el menor desman, por respeto á los antiguos fueros (1).

En Jaen se estableció la lógia el año 1820 en la casa llamada del Peto, por un escudo que tiene á la puerta. Apoderados los comuneros de lo que se llama la opinion pública, y convertidos los masones en hijos de Padilla, la lógia tambien se convirtió en Torre, como sucedió con las logias de otros muchos puntos de España.

La francmasonería de Galicia continuó con sus lógias casi públicas en la Coruña, Ferrol y Vigo, y echó tambien bastantes raíces en el interior, sobre todo bajo los auspicios del terrorista. Mina, que luego convirtió en torres de comuneros vários de aquellos conventículos. El principal de éstos se reunió por mucho tiempo en casa de un comerciante en la calle de la Franja.

En Lugo habia una lógia no muy numerosa, pero sí importante, pues tenía cierto carácter aristocrático, como casi todas las de aquel tiempo: cada diploma costaba 200 rs., que se pagaban de ingreso, y por este motivo constaba solamente de unos veinte iniciados. Sus estatutos eran los del Grande Oriente Español, y se ocupaba mucho en cuestiones políticas.

En Rivadeo habla un taller compuesto de seis ú ocho individuos, que trabajaba poco.

Algo más laboriosa era la lógia de Santiago, que hizo no pocos prosélitos entre los estudiantes, si bien luego pasaron éstos en su mayor parte á las torres de los comuneros.Otros, cansados en breve de aquellas farsas, dejaron las torres y las lógias.

Omito noticias de otros puntos, pues, sobre no constar con tanta certeza, todas vienen á ser lo mismo, y la enu-


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(1) Las armas reales las ponía un escribano por mandato de la autoridad judicial, con lo cual esta declaraba que aquella cosa litigiosa o amenazada quedaba bajo su salvaguardia y deposito. Los aragoneses respetaban mucho este fuero tradicional.