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tres hijas jóvenes. Nuñez visitaba hacía años esta familia, que, fuera del alcance de su huésped, le profesaba una estimacion particular: una pared sencilla separaba el dormitorio de las señoritas del aposento del marqués. Nuñez había encargado eficazmente á una de ellas que vigilasen al huésped, lo escuchasen, y no perdiesen instante en saber cuanto él con sus confidentes trataba, iniciándolas en cierto modo para que supiesen el valor de las expresiones. Las muchachas, diligentes en complacerle, habían practicado un agujero en la pared, el cual por la parte de la habitacion del marqués quedaba cubierto por el lienzo de una de las pinturas o cuadros que lo adornaban. Establecieron su guardia: la una relevaba á la otra, y el marqués no hablaba ni solo ni acompañarlo sin que un apunte exacto fuera hecho, y Nuñez sacára sus consecuencias.

»Así sabía Nuñez todos los pasos que se daban para encontrarme y todos los resortes que cooperaron á ello (1).

»El suizo entró una mañana (2), asegurando á su capataz que ya sabía dónde el lagarto se hallaba. El bolsillo del marqués se derramó en dádivas: nombró el suizo la calle, y aunque las fieles escuchas no la sabian, buscaron á Nuñez, que, alarmado, nos alarmó á todos y se me preparó otro abrigo.»

Echase de ver que en 1817 la masonería madrileña explotaba, no sólo las tertulias aristocráticas, sino tambien los amores más ó ménos fugaces de las tiernas masónicas, que servian de Calipsos y Eucaris á los Ulises y jóvenes Telemacos, que naufragaban en las playas y puerto seco de la isla encantada de Madrid.

No debe omitirse tampoco que la francmasonería, sobre tener espiados á los espías de la Inquisicion, comunicación franca con sus incomunicados, y perfectamente inquiridos los secretos que el Santo Oficio inquiria, tenía además el medio de minarle por cuenta del Estado. En la misma manzana donde estaba aquél (la de corte) entre las calles Ancha de San Bernardo, Flor Baja, Isabel la Católica y Plaza de Santo Domingo, habia un caseron donde se congregaba una comision de oficiales encargada por el gobierno de escribir la Historia de la guerra de la Independencia, que todavía

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(1) Quizá por ese motivo uno de los principales masones de Madrid nunca quiere tener cuadros en su habitación, ¿Sera que, como hombre experimentado, tema que las pinturas oigan? Escrito esto en la primera edición, ya ha muerto al hacer esta segunda.

(2) En la novela titulada Misterios de las sociedades secretas, por D. José Mariano Riera y Comas, figura un suizo llamado Aílulfo kirtoholph, capitan retirado de guardias suizos, que está á las órdenes del marqués de Casarrubio, jefe de la sociedad secreta titulada La Contramina, que es una especie de masonería realista, tan mala casi como la liberal, con perdon de aquel escritor.

Quizá el Sr. Riera tomó la ficción del suizo de esta narración de Van-Halen: pero el caso es que su romance, altamente inverosímil y cortado por el patrón de Los Misterios de Paris, de Eugenio Sué, inspira muy poco interés, siendo así que trata un asunto en que la historia atrae casi tanto como la novela.