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dad y de los indivíduos que la componian, propuso que si le conducian á presencia de S. M. le haria importantes revelaciones. Dióse cuenta al Rey de tan extraña demanda, y entrando Fernando en curiosidad de conocer á aquel hombre, y de aclarar los misterios que hallaba en su conducta, mandó que le condujesen á su presencia. Trasladado al punto á Madrid, le llevaron a Palacio, y, atravesando los departamentos interiores de la habitacion de S. M. , se hallo muy pronto delante de éste. Preguntóle cuáles eran los secretos que tenía que descubrirle, y Van-Halen, sin turbarse ni afectar actitud humilde, le dijo en breves palabras cuanto creyó conveniente á su propósito; le confesó la existencia de la perseguida secta (1), defendió el objeto á que aspiraban sus individuos (2), no imploró gracia alguna, antes bien, censurando severamente a los que le perseguían, se atrevió á proponer á Fernando que se pusiese al frente de ella, con lo cual haria su felicidad (3) y la de la nacion española, y le prometió que los francmasones, no sólo respetarían sus derechos, sino que se los otorgarían más amplios que los que actualmente disfrutaba (4), y ejercería mayor poder que el que le dejaban ahora los hombres de quienes se valía. Sorprendióse el Monarca á vista de tan inesperada franqueza, y no debió del todo disgustarle, cuando, al mandarle retirar, le preguntó si fumaba, y respondiéndole que sí Van-Halen, le alargó un puñado de cigarros habanos, de la porcion que tenía desparramados sobre la mesa de despacho. Sin embargo, dio luego oidos á los lisonjeros, que se apresuraron á destruir el efecto producido por las palabras de Van-Halen, pintándole como un perverso revolucionario, enemigo de la fé y del trono; y Fernando, olvidándose de aquel asunto, volvió á caer muy presto en su habitual indiferencia. »Era de presumir que, si Van-Halen no lograba interesar al Rey en su favor se agravarian sus desgracias y el rigor de sus enemigos. Así aconteció exactamente, porque, encerrado en un calabozo de la Inquisición de Madrid, en vano esperó el resultado de la audiencia, que no fué otro sino el que plugo al ministro de la Guerra, Eguía, de quien, como militar, dependia el reo, y á los severos jueces que le esperaban.»

Hasta aquí la narracion compendiosa del Sr. Rosell.

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(1) ¡Hubiera sido curioso que la hubiese negado á Fernando VII, si éste era.`.!

(2) Lo de siempre: sermon para tontos. por Fr. Juan de Picardía

(3) La que gozan hoy los reyes de Italia, Portugal y otros paises que viven supeditados á la francmasonería.

(4) Siendo entónces derechos de Rey absoluto, resulta que aquel francmasón le ofreció que la francmasonería le haria aún más absoluto, siempre que ella pudiera entrar a la parte del absolutismo. Ya lo sabíamos sin que nos lo dijeran.