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lares; porque la masonería española de Cádiz hacía y queria lo mismo que la afrancesada de Madrid, pero no quería que lo hiciese la de Madrid, ni que los provechos fueran para esta. Mas siempre resultaba que la española iba á remolque de la francesa. Los afrancesados, acaudillados por Urquijo, Azanza, Llorente (1), Ceballos y otros que ya de antes eran reputados por masones, formaron el llamado Congreso de Bayona, cuyo principal encargo fue redactar una Constitucion para España. El Congreso masónico de Cádiz se dedicó á lo mismo, haciendo otra Constitucion por el estilo.

Así que Napoleon entro en Madrid, dió un decreto suprimiendo la Inquisicion y adoptando varias disposiciones contra el clero secular y regular y contra la grandeza y sus derechos señoriales. Los mismos decretos fue dando el Congreso de Cádiz, y sería curioso hacer un estado comparativo de las órdenes del rey Jose y de las disposiciones iguales de las Córtes, en que se viese la convergencia de ideas de una y otra francmasonería, y el ódio idéntico de una y otra contra la Iglesia y el clero.

Reconvenido el católico y piadoso general Durán por los destrozos inmotivados que las tropas de su division soriana hacian despues del año 1812 en las iglesias y conventos de Aragon, se excusó de ello con la órden reservada que tenía para hacerlo así (2), y alegando por pretexto el evitar que se fortificaran en ellos los franceses. Ese mismo general fue á su vez víctima de otra infamia que por entonces pasaba en Cádiz. La prensa periódica sostenia ya entónces una lucha funesta y antipatriótica, concitando los odios y las pasiones en vez de trabajar por unir los ánimos.

Los que se apellidaban liberales habian lanzado ya á sus contrarios el apodo de serviles, corno si éstos, que trabajaban por la libertad é independencia de España mucho más que ellos, fuesen enemigos de la libertad verdadera. No se necesitaba ser muy lince para conocer que los llamados serviles, salvo algunas apreciaciones equivocadas, hijas de un tradicionalismo exagerado, no se oponian á la verdadera libertad, sino á la anarquía, á la demagogia, al libertinaje, encubiertos con el nombre de aquella. y sobre todo á la impiedad y odio al Catolicismo, odio sin el cual ni entonces ni

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(II En un folleto titulado Uno parte desconocida de la historia de nuestra revolución, impreso en Cádiz, año 1811, en que se habla de las farsas de Bayona, se dice a la pag. XXXII que propuso Azanza la cuestión de las armas reales. Con este motivo D.Juan Antonio Llorente lució mucho sus conocimientos heráldicos, habiendo presentado, sin excitación ninguna de la Junta, una Memoria sobre el asunto propuesto.»

(2) Así me lo refirió persona de Calatayud con relación al sujeto mismo á quien lo dijo Durán, disculpándose de los destrozos hechos en varias iglesias y conventos y que los verdaderos españoles habían llevado á mal.