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aunque lo fuesen tanto como yo soy la Papisa Juana. Ni menos digo yo que la existencia de los francmasones está en igual predicamento que la de las brujas (1). Digo, empero, que los francmasones, que diz que hay entre nosotros, deben de ser como los diablos de teatro, que travesean en las tablas entre los interlocutores, sin ser de ellos vistos ni oidos. A muchas personas oigo hablar de francmasones; pero yo, aunque más diligencias he hecho por ver qué casta de pájaros son, jamás he columbrado ninguno. Dicen que son como los cárabos, aves nocturnas; serán todo lo que se quiera, menos cosa buena, que si buenos fueran, no se esconderían ellos tanto de los hombres de bien.

»Por último, dicen que para conocerlos es menester ser de ellos: el autor del Diccionario razonado manual parece que lo es, segun los pinta con pelos y señales. Los francmasones dice que son los «hermanos de una cofradía de hombres de todas naciones y lenguas, donde, aunque se admite »indiferentemente toda, casta de pájaros, se ha notado que sólo se adscriben los Reyes como Napoleón, los grandes como Campo-Alange, los ministros como O'Farril, los filósofos como Urquijo, los canónigos como Llorente, y los abates (no, sino ex-frailes) como Estala.»—¡Hola, hola! ¿Tambien danzais vos en casa de la Bella Union, buen escolapio? Estrañábalo yo que el P. Pedro... En fin, no hoy función sin fraile.»

Las palabras del uno y otro diccionarista nos ponen al corriente de los que en España eran reputados como francmasones de pública voz y fama, hácia 1808. ¿Será cierto que Urquijo, Llorente y Estala eran francmasones, comose dice en ese artículo?

—Yo no me atreveré á consignarlo como una cosa indudable; pero creo que no se acusará, á quien lo diga, de haber formado juicios temerarios. El párrafo anterior acredita que en ésa opnión se les tenía á principios de este siglo, y que se les denunciaba públicamente como tales. Que lo era Napoleón es indudable.

Llorente, secretario del Santo Oficio, al lado del Inquisidor general, negó que en el edificio mismo de la Suprema se hubiese establecido una lógia, como veremos luégo; pero entónces en España era costumbre negar constantemente la existencia de la francmasonería, y acusar de crédulos y necios á los que hablaban de ella. Ya hemos visto que el candoroso y buen católico D. Bartolomé hablaba de los francmasones como de cosa de brujas; ¿y quién que haya conocido al bueno de D. Bartolomé creera que él creía lo que decia?

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(1) ¡Pues ya!