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muy poco seguro, y en no pocas cosas patrañero, parece que puede ser creida su noticia en este punto. Por otra parte, los conatos de establecer en Nápoles una francmasonería nacional, á cuyo frente estaba la Reina, en contraposicion á la masonería regular británica, nos dan la clave de lo que con el mismo objeto se trató quizá de hacer por entonces en España.


§ XXV.

La francmasonería española en tiempo de Carlos IV: Urquijo y el marqués de Caballero: estado de la Inquisicion y de la córte á principios de este siglo.

El ministro Urquijo mereció grandes elogios á Llorente en su Historia de la Inquisicion. El secretario de ésta se guardó muy bien de decir que era conocido por francmasón en la córte de Carlos IV, y que, como tal, fue acusado públicamente y lo incluyo satíricamente tíricamente Gallardo en su Diccionario crítico-burlesco. Y á la verdad, Llorente no debía ignorarlo, pues á él mismo se le denunció como masón, y luégo veremos que en aquella época la masonería y el jansenismo se habian apoderado de la Suprema.

D. Mariano Luis de Urquijo se dió a conocer con la traducción de la tragedia de Voltaire La muerte de César. Sus ideas eran enteramente volterianas, y estaba públicamente reputado por hombre sin religion, y de los muchos que entonces encubrian con el título de filósofos su desafeccion á la Iglesia, y el odio á toda idea cristiana. El mismo Llorente lo viene á indicar, aunque de un modo embozado. La In- quision lo sabia así, cuando fue elevado á oficial del ministerio de Estado en 1792. Habiendo entónces francmasonería en España, no es de extrañar se improvisaran carreras como se improvisan ahora. La masonería siempre ha sido Sociedad de socorros mútuos, para hacer ascender á los adeptos saltando por encima de los profanos.

A la edad de treinta años ya era ministro el Sr. Urquijo. Es costumbre ahora asustarse los que no han estudiado la historia, á vista de las rápidas carreras de algunos jóvenes, y echar la culpa de ello al sistema parlamentario, á la rovolucion y al liberalismo. Pero la historia del absolutismo sin religion presenta y presentará siempre los mismos y aun peores fenómenos que el gobierno representativo; y por lo que hace á la córte Carlos IV, era relajadísima en costumbres, impía, volteriana y escéptica; regalista en religion,