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de las Indias.

CAPÍTULO CXXI.


Dejado Tabasco de la dicha manera lastimado, aunque por fuerza y por miedo reconciliado, partióse Cortés con su armada la costa de la mar adelante, hácia el Poniente ó parte occidental, y fué á parar á la isla del Sacrificio, que puso nombre Grijalva, donde halló un abrigo de puerto, no muy bueno, y tampoco muy malo, el que agora se llama el puerto de la Vera Cruz, y la isleta Sant Juan de Ulúa; y porque parecia mucha gente por toda la costa, y no tenga puerta, y ser brava y peligrosa, hizo Cortés allí echar todas las anclas. Los indios, como Grijalva los habia dejado de paz y contentos, por los rescates y conmutaciones que con ellos tuvo, dándoles agujas, y alfileres, y cascabeles, y cuentas por oro, luégo vinieron dos canoas llenas de gente á ver qué querian ó qué gente era, Cortés los rescibió con gran placer, y todos los españoles hicieron gran regocijo, y por señas, porque ninguna cosa los unos de los otros entendian, mostráronles oro, dándoles á entender que lo amaban, y que si lo trujesen que se lo trocarian. Tornáronse á tierra, segun parecia, muy alegres, y otro dia vinieron muchas canoas con gente y cargadas de bastimentos, pan y gallinas, y frutas, en especial potajes guisados de aves y venados, y otras cosas que los nuestros no cognoscian mas de hallallas sabrosas, que sin escrúpulo ni temor las comian. Trujeron muchas piezas de oro, moscadores y rodelas, y otras cosas muy ricas de pluma, que rescataron por de las de Castilla, y por la comida les recompensaron con cascabeles, cuentas de diversas colores, agujas, alfileres, espejuelos, cuchillos y tijeras, con que se reputaban haber engañado á los españoles y quedar muy ricos. Tornados muy alegres á sus pueblos, daban nuevas de haber venido