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de las Indias.

pueblos, que viniesen á ver los cristianos seguros, y que no hobiesen miedo, como en todas las partes donde allegaban hacia; y ésto era lo que traia encomendado de Diego Velazquez, que gobernaba, y el capitan Narvaez tambien mandado, y en las cartas que le escribia le mandaba que no hiciese guerra ni mal á nadie, y que primero los indios tirasen flechas ó varas que los españoles sacasen espada. Vistos los papeles del Padre, los Caciques, con el crédito que dél concebido habian, luégo vinieron, creo que 18 ó 19, cada uno con su presente de comida de lo que tenian; venidos así sobre seguro y en confianza de lo que el Padre les habia escripto, el capitan Narvaez, luégo, hácelos prender con cadenas y grillos por buena venida, y otro dia tractaba de que se pusiesen palos para quemallos vivos. Sabido por el Padre, rescibió grande angustia, y, dello por bien y lo ménos por blandura, y de ello y lo más por rigor, haciéndole muchas amenazas que Diego Velazquez y el Rey lo castigarian sobre obra tan inícua, si tal cometia, más de miedo que de voluntad, si no me engaño, pasó aquel dia y otro, y así se resfrió poco á poco de la crueldad que perpetrar queria, y al cabo los soltó á todos, salvo uno que era el mayor señor, segun se decia; éste estuvo y anduvo en cadenas hasta que Diego Velazquez vino á juntarse con todos ellos, y lo soltó y puso en su libertad. Pasando adelante, de pueblo en pueblo, asegurando los indios que en ellos hallaban, fueron camino del pueblo donde sabian que estaba el cristiano, y como el señor del pueblo supo que los españoles á él se acercaban, salió al camino, creo que á obra de media legua, con cerca de 300 hombres, todos ó muchos dellos de cuartos de tortuga recien pescada cargados; venian todos delante cantando, y el Cacique, señor del pueblo, que era un viejo de más de sesenta años, de buen gesto y alegre, que mostraba tener sanas entrañas, detras con el cristiano de la mano. Topáronse los indios y cristianos en un monte, y así como llegaron los indios á los cristianos, pusieron los pedazos de tortuga en el suelo, todavía cantando, y luégo sentáronse; llegó el Cacique al capitan Narvaez, y al Padre, y hecha su mesura