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de las Indias.

revistió el diablo, y luégo todos ciento sus espadas, y comienzan á desbarrigar y acuchillar y matar de aquellas ovejas y corderos, hombres y mujeres, niños y viejos, que estaban sentados, descuidados, mirando las yeguas y los españoles, pasmados, y dentro de dos credos no queda hombre vivo de todos cuantos allí estaban. Entran en la gran casa, que junto estaba, porque á la puerta della ésto pasaba, y comienzan lo mismo á matar á cuchilladas y estocadas cuantos allí hallaron, que iba el arroyo, de la sangre como si hobieran muerto muchas vacas; algunos de los indios que allí pudieron darse priesa, subiéronse por las varas y el enmaderamiento de la casa en lo alto y así se escaparon. El Clérigo se habia, un poco ántes desta matanza, apartado de donde se hizo á otra plazuela del pueblo, junto allí, donde lo habian aposentado, y era una casa grande, en que tambien se habian de aposentar todos, y allí estaban obra de 40 indios de los que habian traido las cargas de los españoles de las provincias de atras, tendidos en el suelo descansando; y acaeció estar con el Clérigo cinco españoles, los cuales, como oyeron los golpes de las espadas y que mataban, sin ver nada, porque habia ciertas casas delante, echan mano á las espadas y van á matar los 40 indios que, de sus cargas y hatos venian molidos y descansaban, para les pagar el corretaje. El Clérigo, movido á ira, vá contra ellos reprendiéndolos ásperamente á estorbarlos, y ellos que le tenian alguna reverencia cesaron de lo que iban á hacer, y así quedaron vivos los 40, y vánse á matar los cinco á donde los otros mataban; y como el Clérigo se detuvo en estorbar la muerte á los 40 que habian venido cargados, cuando fué, halló hecha una parva de muertos que habian hecho en ellos, que era cosa, cierto, de espanto. Como lo vido Narvaez, el Capitan, díjole: «¿qué parece á vuestra merced destos nuestro españoles, que han hecho?» Respondió el Clérigo, viendo ante sí tantos hechos pedazos, de caso tan cruel muy turbado: «que os ofrezco á vos y á ellos al diablo.» Estaba el descuidado Narvaez siempre viendo hacer la matanza, sin decir, ni hacer, ni moverse más que si fuera un mármol, porque si él quisiera, estando á caballo, y una lanza