CAPÍTULO LXXI.
Aquí es de considerar, que como el rey D. Juan de Portugal no tuvo en nada el descubrimiento y ofertas quel Almirante al principio le ofreció, y pasaron las cosas que arriba en los capítulos 28 y 29 se dijeron, y vido que al fin los reyes de Castilla lo admitieron y despacharon, dando todo favor y navíos y lo demas que para hacer el viaje convino, y estaba el dicho rey D. Juan ya informado y avisado del camino ó derrotas quel Almirante habia de hacer, por la relacion quél mismo, cuando esto trató con él, le hizo, y considerando que á la vuelta podia y habia de venir forzadamente, ó por la Guinea, ó por las islas de cabo Verde, ó por la de la Madera, ó por alguna de las de aquellas islas de los Azores, parece que debia de haber mandado en todas las partes y lugares quél por este mar Océano tenia, que cada y cuando por alguno dellos el Almirante volviese, lo prendiesen y se lo enviasen preso á Portugal, ó como cosa semejante, porque, segun parece, no osaran hacer lo que hicieron los de aquella isla, si el Rey no se lo hobiera así mandado, teniendo el Rey y reino de Portugal paces asentadas con Castilla. Así que, este lúnes, despues del sol puesto, vinieron á la costa ó playa de la mar tres hombres, y capearon ó llamaron á la carabela como que querian haber habla con ellos; el Almirante mandó ir la barca en tierra y recibirlos en ella, los cuales trajeron un presente de refresco, especialmente gallinas y pan fresco, que enviaba el Capitan de la isla al Almirante, que se llamaba Juan de Castañeda, encomendándosele mucho y diciendo que le cognoscia muy bien, y que por ser de noche no venia á verlo, pero que en amaneciendo le vernia á visitar con más refresco, y traeria tres hombres que de la