CAPÍTULO LX.
Otro dia, miércoles, dia de Sant Estéban, 26 de Diciembre, vino el rey Guacanagarí á ver al Almirante, que estaba en la carabela Niña, lleno de harta tristeza y cuasi llorando: con rostro compasivo, consolándole con una blandura suave, segun por su manera de palabras y meneos pudo darle á entender, le dijo, que no tuviese pena, que él le daria todo cuanto tenia, y que habia dado á los cristianos, que estaban en tierra con la hacienda que se desembarcaba, dos muy grandes casas para meterla y guardarla, y que más daria si fuesen menester, y cuantas canoas pudiesen cargar y descargar la nao y ponerlo en tierra y cuanta gente quisiese, y que ayer habia mandado poner en todo muy buen recaudo, sin que nadie osase tomar una migaja de un bizcocho ni de otra cosa alguna; tanto, dice el Almirante, son fieles y sin cudicia de lo ageno, y así era, sobre todos, aquel Rey, virtuoso. Esto dice el Almirante. Entretanto que él hablaba con el Almirante, vino otra canoa de otro lugar ó pueblo que traia ciertos pedazos de oro, los cuales queria dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no deseaban; la razon era, porque los indios desta isla, y aún de todas las Indias, son inclinatísimos, y acostumbrados á mucho bailar, y, para hacer son que les ayude á las voces ó cantos que bailando cantan y sones que