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No hay dada que la oferta era seductora y que Colon, padre de familia, se hubiera así visto recompensado en su descendencia. Aquel ducado, verdadero principado, con una estension de mil doscientas cincuenta leguas cuadradas, le habria permitido fundar una poderosa casa para su hijo segundo, mientras el primero le sucedia en sus cargos y dignidades, corno grande almirante del Océano y virey de las Indias. Pero el hombre de deseos, el contemplador del verbo, no daba cabida en su corazón á las consideraciones humanas; que en él la misión apostólica estaba sobre la paternal, y se debia á todos antes de darse álos suyos, pues teniendo proyectado desde el principio de sus espedicioncs el descubrir el espacio entero del globo, el circunnavegarlo y el libertar después el santo sepulcro, temió que la natural afición que pudiera infundirle tan dilatada propiedad y el cuidado y gobierno doméstico de sus dominios tentaran su corazón de padre, demoraran sus esploraciones, entibiaran el calor de sus casi evanjélicos trabajos y lo distrajeran, tal vez, de la continua vijilancia con que se dedicaba á los intereses jenerales de la colonia; y con abnegación cristiana renuncio al réjio donativo.

Hasta hoy, la mayor parte de los historiadores habían admirado esta gran prueba de desinterés que, por sí, bastaría para hacer la apolojia de un grande hombre; pero el verdadero motivo de su sacrificio no había sido referido. Este motivo, que él, modesto por escelencia, guardaba en lo mas secreto de su pecho, se ha interpretado de una manera puramente mundana, puesto que se ha dicho que temió que la envidia de los grandes acreciera con tampaña merced, y que los empleados del fisco lo acusaran de haber escojido el mejor terreno de la isla,[1] y de inmolar en aras de su provecho la utilidad pública. Débiles y pobres nos parecen estas considera-

  1. I. Herrera. Historia jeneral de las Indias occidentales. Década 1. lib. III. cap. IX.