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CAPITULO VII.


I.


En esto habian llegado á Castilla los nobles prófugos, cuya justificacion no era posible sino presentando bajo el aspecto mas horrible y con los colores mas negros los actos administrativos del almirante. Pedro Margarit y el P. Boil encontraron un eco estrepitoso de sus exageraciones y calumnias en las oficinas de marina. El arcediano Fonseca y el veedor Juan de Soria apoyaron sus quejas. Los hidalgos fujitivos no hablaban sino con amargura de la Española, la tierra de los desastres y desengaños, y se presentaban como escapados de una muerte inevitable en aquella isla, cuyas verdes y frondosas florestas exhalaban miasmas fatales para los europeos, en la que el hambre amenazaba á los que no hacia víctimas la fiebre, y en donde el peor de todos los males y desazones era la bárbara tirania del almirante, y en particular, de sus hermanos.

Tomaron los desertores la actitud de víctimas salvadas del despotismo de Colon que venian á refujiarse bajo el poder paternal de los reyes, y á pedirles amparo contra las arbitrariedades del gobernador de las Indias. Mostraban cartas dictadas por la malevolencia, en las cuales, infelices demasiado enfermos para embarcarse, pintaban su deplorable situacion. Ademas añadian que el metal aurífero no se hallaba allí sino en lentejuelas