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do espontáneamente al hombre de la providencia. Siguiendo el soberano el impulso de sus vasallos, suplico á Cristóbal Colon, ya que el mal tiempo lo detenia en la rada, viniese á visitarlo en su retiro; y al mismo tiempo dispuso que los factores lo proveyeran gratis de cuanto le hiciera falta, tanto á él como á sus marineros y á su buque; que los principales de su servidumbre salieran á su encuentro, y que se le preparase en Sacamben, donde debia dormir, un magnífico alojamiento. Púsose el virey en camino acompañado de uno de sus pilotos, que hacia oficio de ayudante; pero la persistencia de la lluvia no le permitió llegar á Valparaíso hasta el otro dia por la tarde, en que hizo su entrada en medio de un lucido y numeroso acompañamiento.

La singular acojida que le dispensó don Juan II escedió á los honores tributados de antemano, pues recibiéndolo como á príncipe de la sangre, lo mandó sentar y cubrir en su presencia, le manifestó la mayor consideración, le habló con afabiHdad, le dijo el contento de que estaba poseído por el éxito de aquella empresa, y concluyó por añadir, que se felicitaba de ello, tanto mas, cuanto que según un tratado concluido con Castilla en 1479, el descubrimiento y conquista de las nuevas rejiones le pertenecían de derecho.

Colon le contestó que no teniendo noticia de este tratado no podía hablar de él sino inútilmente, y que solo le prescribían sus instrucciones no ir hacia las minas de oro, ni á las costas de Guinea, cosas ambas que se publicaron en todos los puertos de Andalucía antes de su embarque. A lo cual replicó con donaire don Juan que, este negocio se arreglaría entre los dos reyes y él, sin intervención alguna.

Poco después confió á Colon al personaje de mas elevada categoría de su corte.

El Domingo por la mañana al salir de misa reanudó el rey la interrumpida pláctíca con Colon, y le pidió detalles de su viaje. Mas pródigo en preguntas que la