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y su establecimiento casual y casi forzado vino á ser al menos una prueba de posesión previa, para evitar hasta la menor dificultad en lo sucesivo con los demás europeos: así sacó provecho el almirante de una catástrofe.

Cada dia eran mas estrechas las relaciones entre Colon y el cacique: Guacanagari esperimentaba por el almirante admiración, respeto y confianza, y su intelijencia, sobreescitada por una viva curiosidad, se esforzaba en elevarse hasta sus misteriosos huéspedes, en comprender su naturaleza, y adoptar sus costumbres: su noble y afable aspecto respiraba distinción y majestad, y sus maneras y sus gustos tenian algo mas de aristocráticos que los del resto de su pueblo; pues mientras á este embelesaba el ruido de los cascabeles, (chuq, chuq,) y le deslumhraban las bujerías, por las que daba oro y algodón, él llevaba camisa, prefería los guantes á las anteriores bagatelas, y á trueque de máscaras, espejos y coronas de oro, pedia una palangana para lavarse las manos después de comer, en lugar de frotárselas con yerbas odoríferas, como hacia anteriormente. Poseía el instinto de la jerarquía de la dignidad y el mando, y la jenerosidad parecia natural en él, porque jamas vio al almirante sin presentarle un obsequio; daba como rey, por el placer de dar, y la etiqueta de su corte agreste ofrecia el jérmen de una civilización, que no carecía de gusto y elegancia en medio de su sencillez.

No obstante; el afecto que manifestaba Guacanagari á los europeos, no se debe confundir con un sentimiento de admiración por la superioridad de los hombres divinos, que lo que le atraía era la persona del almirante. Los salvajes como los niños, juzgan por instinto de las cosas que no pueden esplicar, y no se equivocan acerca de los que aman. Así se sentia atraído por la grandeza de Colon el inocente rey de aquellas selvas, y así lo unía al hombre divino un instintivo cariño. Por él fué por quien lloró cuando supo el naufrájio de la Banta Mana, y por él fué cada una de sus concesiones en favor de los suyos.