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un puerto seguro: en el momento de penetrar en él las carabelas, dos canoas con indios, que iban desembocando, al notar las chalupas que sondaban el paso tomaron precipitadamente la fuga y se escondieron. Era una rada magnífica, y Colon, al examinar sus orillas, sintió duplicarse su admiracion, porque si de lejos habia esperimentado el efecto de la perspectiva, ahora de cerca, se manifestaba por entero á sus ojos la prodijiosa riqueza de los detalles.

Árboles en forma de pilastras, de cipos, de candelabros y de cirios, acopados, en forma de quitasol ó de abanico, y bajo cúpulas de vivos colores, vejetales de hojas puntiagudas, ásperas, lisas, velludas, redondas, cilíndricas, lanceoladas, cordiformes; espátulas, palmas aguzadas, corazones, flechas, raquetas; ramajes robustos, mezclados con delicadas enredaderas, cubiertas de flores encarnadas, azules, verdes, ya en guirnaldas, ya en ramos; pámpanos, cálices, pezones, umbelas de mil hechuras y aromas diversos, completamente ignorados hasta entónces.

Lo pintoresco de los grupos, lo atrevido de las posiciones, lo singular de los contrastes, la multitud de objetos de diferentes organizaciones y cualidades; aquellas flores, aquellos frutos, aquellos perfumes, aquellos conjuntos casuales y armoniosos, presentados de repente, hubieran deslumbrado al primer golpe de vista á cualquier hombre no acostumbrado á los prodijios de la creacion, cuando el mismo contemplador de la naturaleza, al considerar tan asombrosa profusion, demasiado admirado y conmovido para atreverse á entrar en detalles, se limitó á escribir confundido en su Diario "que nunca jamas vió tal magnificencia."[1] Abrazaba desde á bordo las orillas, cubiertas en toda su estension de árboles hermosos y verdes, cargados de flores y de frutas, y sobre las cuales se cernian banda-

  1. Las Casas. Diario de Colon. 28 de Octubre de 1492.