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ninguno se tomaba el cuidado de ocultarlo; antes al contrario, se escitaban abiertamente á la insubordinación y á la resistencia. Naturalmente como españoles, detestaban á aquel estranjero, que habia resuelto, decian ellos, esponer sus vidas con la propia, para hacerse gran señor á costa suya, y lo señalaban, para poder hablar de él hasta en su presencia, con los apodos de trufador y de bufon.[1] De esta manera es como empiezan á bordo las conspiraciones. Los marinos viejos pensaban, que la persistencia del comandante en mantener el rumbo al oriente, era un rasgo de demencia; recordaban los tristes presentimientos de sus familias, el llanto de todo Palos, la oposición que le hicieron los cosmógrafos de Salamanca, y se arrepentían de haber tenido confianza en el guardián de la Rábida, estando todos acordes en reconocer, que llevar mas lejos la navegación, seria caminar á una cierta é inevitable pérdida. Ya se habia demostrado al comandante lo imprudente de su obstinación; pero como desdeñara tan sabias representaciones, y ni las súplicas ni los ruegos hicieran mella en su diabólica tenacidad, oyendo impávido sus lamentos, y viendo su tristeza y ansiedad, sin dejar por eso de llevarlos á una muerte desastrosa, se hacia necesario buscar remedio á tantos males. ¿No tenian bastante probado su valor y su obediencia, con haber penetrado por sitios, que ninguno vió antes que ellos? ¿Debian por una servil sumisión cooperar á su propia ruina? Ya que el comandante con su terquedad no tomaba sus quejas en cuenta, y que su orgullosa presunción lo cegaba y ensordecía, estaban en el caso de proveer por sí mismos á su conservación, é imponerle la ley de la salvación común, que interpretaba de modo tan inícuo.

¿Era justo que ciento veinte hombres en su mayor parte castellanos y cristianos viejos, perecieran por el ca-

  1. "Dandogli del Genovese, truffatore e beffatore e che non sapeva dov'egli volesse arrivare." Girolamo Benzoni. La historia del mondo nuovo, lib. I. fogl. 14.