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ya sola infalibilidad tranquilizaba un tanto á los pilotos, comenzó á hacerle traicion, dejándolo falto de apoyo en la ciencia; guardóse pues de comunicar tan espantoso acontecimiento á los oficiales de la espedicion, cuyas frentes iban de dia en dia frunciéndose mas.

El Viérnes, un feliz presajio para los espíritus vulgares, alentó la esperanza de los marineros. La tripulacion de la Niña vió pasar una golodrina de mar y un rabo de junco: las primeras aves que habian encontrado desde la Gomera. El Sábado por la noche, un meteoro á guisa de ramo de fuego, un aerólito magnífico pareció caer del cielo, como á cuatro leguas de distancia, horrorizando á todos, escepto al contemplador de la naturaleza, que, maravillado del caso, dejó entreveer su admiracion en una frase de su Diario.

El Domingo, nieblas y brumas se levantaron de las aguas; y observó Colon lo suave de la temperatura, la transparencia del mar, que á cierta distancia se matizaba de verde, á causa de que en la lontananza sobrenadaban yerbas, que parecian acabadas de arrancar de los peñascos, y el brillo de la atmósfera mas diáfana, serena y perfumada. Todos acojieron con gozo tales muestras de la vecindad de tierra; mas el comandante dijo en su Diario, "que la hacia mas adelante."[1] Un viento agradable los impelia, y las corrientes favorecian la navegacion: la yerba, que era fucus de las rocas, se presentaba á montones; y sin embargo la jente permanecia taciturna, los pilotos no desplegaban sus lábios; pero se miraban con aire misterioso, sombrio y siniestro, y si no se les escapaba una queja, era porque mutuamente, al parecer, buscaban el modo de ocultarse el motivo de su inquietud. El comandante comprendió, que ya estaba conocida la variacion magnética, y entónces su injenio halló el medio de poner á sus

  1. Diario de Colon, Domingo 16 de Setiembre.