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cutirlas, y porque le bastaban sus conocimientos para poder apreciar el sistema cósmico del hombre que le enviaba la providencia.

El guardián de la Rábida oyó, comprendió y creyó. De esta manera, en un convento de franciscanos, se esplicó por el jenio y se acojió por el entusiasmo el concepto mas grande de la humanidad: de esta manera se creyó en aquel retiro instantáneamente con fe implícita en la redondez de la tierra, en la existencia de islas y continentes ignorados, y en la posibilidad de llegar á ellos entónces, cuando en todas las academias, colejios y universidades se hubieran tenido estas ideas por delirios de un calenturiento.

Huésped Cristóbal Colon de la comunidad, y libre de los cuidados de la vida material, pudo dedicarse de un modo esclusivo á los de su alma, á la contemplacion de las cosas divinas, trabajando en su perfección moral, porque queria hacerse menos indigno de ejecutar la obra inmensa, á que se veia llamado por medio de las oraciones y la pureza. Con entrada franca en la biblioteca, se inició en las Santas Escrituras, examinó los autores eclesiásticos, los parafrastas y los comentadores. No hay duda que fué allí donde adquirió aquel conocimiento de las obras de teolojia, de que dió pruebas mas adelante; pero tenemos fundado motivo para decir que los trabajos del ánjel de la escuela y del doctor seráfico, las cuestiones especulativas de la metafísica y de la moral, no apartaron su mente de una investigación menos elevada y mas práctica, cual es el estudio vulgar de la vida de los santos, dedicándose á considerar los ejemplos de aquellos hombres, que habían servido á Dios, de tan diferentes inodos; unos con humilde constancia y abnegacion, otros con el brillo del jenio y del saber, todos igualmente preciosos á los ojos del señor y venerados por su Iglesia. Por mas que perteneciera entónces al mundo, aspiraba desde lo mas íntimo de su corazon á celebrar la gloria de Jesu-Cristo, y guiado por