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ser el faro que la guiase en medio de un mar sembrado de escollos, en el cual hubiera zozobrado cualquiera otra princesa. De este modo en el silencio y la oscuridad de su prision, la relijion echaba en su seno profundas raices; era su único consuelo, y tambien lo único que sabia. Por eso vemos, que al cabo de algunos años la ignorancia en que el rey dejaba á sus hermanos dio lugar á enérjicas representaciones del clero, apoyadas por una parte de la grandeza; y que Enrique, finjiendo reparar su falta, los hizo traer á la corte, con el pretesto de presidir por sí mismo á sus estudios; pero en realidad no era sino para tenerlos en rehenes.

Ni el pasar repentinamente de un monasterio á un palacio, de la pobreza al brillante teatro en que la reyna disipaba su vida en fiestas, banquetes, cacerias y torneos, queriendo encubrir con un lujo deslumbrador sus vergonzosos amores, pudo ofuscarla, ni la cegó su pronta elevacion. En aquella atmósfera corrompida con la lisonja y los pérfidos consejos, rodeada de enemigas que espiaban sus palabras, y hasta sus miradas para denunciarla á su cuñada, su prudencia, su esquisita penetracion, su constante reserva, su amor al estudio, su muda deferencia hacia los reyes, y sobre todo, su sincera piedad, la salvaron de cuantas asechanzas la tendieron.

En un torbellino de diversiones procuraban sofocarse los lamentos de los castellanos. Irritado el rey contra su apodo, ansiaba escándalos y peligros, y para hacer alardes de varonil bravura, prodigaba el valor de un modo insensato. Estragado con los placeres, y hastiado del romanticismo de su valido, cayó en la mas vil abyección con los mas innobles compañeros; elevando á veces su capricho á oscuros familiares á los primeros puestos del estado. El descontento de los grandes formó un partido, que con el objeto de poner en el trono á don Alfonso en lugar de su hermano, logró