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rejiones, era el designado por Dios para descorrer el velo que las cubria.

Debemos entrar en algunos pormenores que son de absoluta necesidad para esclarecer la mision del perfecto cristiano, cuyos hechos vamos á narrar, pues su venida á España, y el papel que representó en los destinos de la nacion, nada tuvieron de casual, sino que fueron el corolario de principios ya establecidos, el premio de una obra digna de apreciarse bajo el punto de vista histórico, y de la fé católica.

Con motivo del fallecimiento de don Enrique el doliente recayó la corona en su heredero, á la sazon de dos años, que fué proclamado con el nombre de Juan 11. Débil de espíritu como su padre lo habia sido de cuerpo, vejetó sin cuidarse del trono, entregado á todo jénero de goces, dejando reinar por él al ministro de sus placeres don Alvaro de Luna. Competía este favorito en ostentación con su señor; vivia con magnificencia, rodeado de sus jentiles hombres, de sus oficiales, de sus cortesanos y de sus poetas. Llegó á tener sus análes como un soberano, análes que ocupan un lugar entre las autoridades históricas. Pero el despotismo del condestable rebajaba al monarca, y fomentaba odios sin número, y la impunidad de que gozaban sus hechuras iba corrompiendo la justicia, multiplicando las venganzas, y de consiguiente los crímenes, y robusteciendo el poder ya temible de ciertos vasallos. Fué todo este reinado en detrimento de la fé y de la fuerza de Castilla, y don Juan; aunque tarde, confesó su incapacidad, diciendo al partirse de esta vida, que sentia no haber nacido en una humilde cabaña, mejor que en las gradas del sólio.

Contrajo dos matrimonios este rey sin ventura: del primero tuvo al infante don Enrique, y del segundo á los infantes don Alfonso y doña Isabel.

Reprodujo Enrique todas las faltas de su padre, y como él se puso bajo el yugo de su privado el marques